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Topografías y otras ficciones

«[...] art "copying from life" and life itself, 

life and the memory of it so compressed 

they've turned into each other. Which is which?»

– Elizabeth Bishop

 

 

¿Qué papel juega la imagen en nuestra construcción de verdad? ¿Cuántas de nuestras verdades fundacionales se sustentan en la fragilidad de una imagen? Históricamente la fotografía se ha posicionado como el medio incuestionable para representar la realidad. En cuestión de un clic, el obturador captura automáticamente un sistema de símbolos y asociaciones que dan origen a la noción de lo que consideramos verdadero. 

 

A través de su investigación artística, Anna Berenice Garner percibe la imagen como huella de la verdad. Entre digital y análogo, plano y volumen, ausencia y cuerpo presente, la artista construye su lenguaje visual por medio de constantes procesos de traducción. Para Garner, la fotografía y sus métodos son herramientas de organización que permiten cuestionar lo que ella describe como la «lógica acordada entre tierra, verdad e imagen». Contrario a las certezas que se le atribuyen, la imagen fotográfica es esencialmente una colección de ficciones que respalda nuestras certezas. Desde esta perspectiva, los ensamblajes fotográficos desplegados en la exposición Topografías y otras ficciones, lejos de instituir verdades, proponen «mundos hipotéticos donde la realidad no se replica, sino que se reinventa». 

 

Parte de la inspiración que da origen a estas composiciones foto-escultóricas son los escenarios teatrales creados para Small World en Disneyland, así como los paisajes de naturaleza diseñados para museos de historia natural alrededor del mundo. Fluctuaciones entre realidad e imaginación que remiten a los encantos de la «poesía del mapa y el embrujo del territorio, la magia del concepto y el hechizo de lo real» que sugirió Jean Baudrillard hace más de 40 años. Escenarios para ser vistos a distancia, postales volumétricas que, al igual que la imagen fotográfica, fragmentan la realidad mientras nos hacen creer que lo que vemos auténticamente comparte espacio y volumen con nosotros. Ante esta construcción de paisajes, cuestionar lo «verdadero» de lo «falso» y lo «real» de lo «imaginario» se ha vuelto tarea cotidiana.

 

El concepto de paisaje abarca tanto características físicas de la extensión de terreno que se observa desde un sitio, así como una serie de cargas simbólicas, culturales, históricas, sociales y hasta poéticas. Curiosamente, el término paisaje es utilizado «para referirnos tanto a un escenario natural como a la representación de un escenario natural.» Tal como destaca la investigadora Irene Artigas Albarelli en su libro Galería de palabras: La variedad de la écfrasis, desde la pintura, la palabra paisaje describe a lo que se representa, como a la representación. La única constante entre lo natural y lo construído es la noción de lo que se enmarca en un espacio determinado. Al igual que la imagen fotográfica, el paisaje es un punto de vista, con principio y final, que manifiesta una forma de ver la realidad, más no la realidad por sí misma. Por lo tanto, la imagen, al igual que el paisaje, es una ficción de apropiación. Nada de lo que vemos nos pertenece.

 

En un ejercicio por hacer visibles y tangibles las conexiones entre la tierra y el cuerpo, las series Topografías paralelas y Componiendo paisajes revelan superposiciones de texturas que transportan la producción del paisaje al terreno de la artista. En estas composiciones, el cuerpo-paisaje se observa en los acercamientos a la piel de cuerpos musculosos en contraste con los bordes de sedimento que separan el cielo de la montaña. El paisaje como cuerpo y el cuerpo como paisaje propio: una existencia cíclica que se alimenta constantemente de la imaginación.

 

A través de las composiciones foto-escultóricas presentadas en esta exposición, Garner invita a leer el montaje de la fotografía como una forma de documentación escultórica. Rosalind Krauss describe la escultura como medio que «se sitúa en la unión entre la quietud y el movimiento, el tiempo detenido y el tiempo que pasa». Desde este entendido, la escultura no se reduce a la forma, sino que se moldea por las formas del espacio que la rodean. Es decir, lo escultórico trasciende la estaticidad y se convierte en un diálogo dinámico con su entorno. 

 

Tomando esta lógica corporal y espacial como base, los paisajes generados con cicloramas de colores proponen espacios que se amoldan a las formas de la artista y que surgen en consecuencia de sus necesidades de movimiento, presencia y expansión. Cada imagen presenta un espacio modificado por capas de materia intervenida por el cuerpo o sugerencias de su presencia. Insinuaciones sutiles de movimiento en escenarios vacíos, de un cuerpo que transforma el paisaje y es paisaje a la vez. En estos entornos de reinvención, el espacio se moldea y se replantea a partir de una negociación entre cuerpo y contorno, entre capas de papel que se arrugan, se rompen, se doblan, se rasgan y, en algunos casos, desaparecen. En estos experimentos espaciales, la escultura se manifiesta como búsqueda y creación de un espacio propio.

 

En su conjunto, las obras que conforman Topografías y otras ficciones surgen como respuesta de la artista a un mundo donde los espacios delimitan el potencial móvil de nuestros cuerpos, ofreciendo una aproximación al paisaje como posibilidad de construcción flexible. Como propone Gaston Bachelard en La poética del espacio, en estos escenarios «el espacio habitado trasciende al espacio geométrico», abriendo secuencias de redefinición y reconstrucción del espacio que somos y el espacio que habitamos. 

 

Janila Castañeda

     

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