



Hay algo en el aire
Por Cecilia Miranda Gómez
Se dice que en la isla japonesa de Ōse las almas habitan en el bosque. Mientras vivimos, nuestra alma duerme sobre las raíces de un árbol. Con el último respiro, ésta se agita y comienza su travesía por los valles; una danza en espiral que se enraiza en la tierra hasta encontrar un nuevo cuerpo que animar. Cuando un alma se vuelve vieja, su baile se detiene y rodea un árbol adulto, entra en sus raíces y muere con él.
La leyenda del ánima mundi originó en gran medida el imaginario del novelista japonés Kenzaburo Oé, quien, atravesado por ser padre de una persona con discapacidad e interesado en la historia de un país en tensión por los efectos del capitalismo, encontró en la alteridad una fuerza de retorno a aquello que nos constituye como seres vivos, más allá de la diferencia.
Seducido por las novelas de Kenzaburo Oé, y fuertemente identificado con sus personajes, José Luis Cuevas viajó a Japón, entre 2017 y 2019, en búsqueda de aquellos paisajes enrarecidos descritos por el autor. Con una mirada que se reconoció extranjera y sesgada desde el inicio, pero atenta a gestos que escapaban al estereotipo de la cultura japonesa vista desde occidente, Cuevas encontró lugares donde las narrativas de Oé tenían la potencia de volverse perceptibles.
En el transcurso de sus viajes, las figuras literarias se convirtieron solo en el punto de partida, pues al adentrarse en el universo japonés desde la experiencia, Cuevas encontró coincidencias entre sujetos y escenas que autorreferenciaban su propia obra, un cruce entre la cultura distante y los ecos literarios de Oé que sobrevuelan el aire del mundo.
En un presente alienado, determinado por el consumo y la violencia, esta selección de imágenes es una invitación a acercarnos al universo de un fotógrafo que alude a la cercanía, siempre incómoda, con aquello que se ha definido como ajeno y diferente. Un cuervo come, un árbol crece, un hombre cae es una provocación a habitar lo monstruoso entendido no como forma de identificación marginal, sino como condición misma de lo humano, ya sea el cuerpo mismo, el bosque, el aire, o cualquier materialidad afectada por su presencia.