Todo lo que hay allá afuera debió haber sido parte de un jardín
Por Cecilia Miranda Gómez
A partir de una situación hipotética, este diario visual despliega la presencia de alguien que, sin saber con precisión lo que sucede a su alrededor, atestigua un final inesperado. Escenas dotadas de la extrañeza que producen objetos del cotidiano configuran su imaginario paranoico: un sombrero, una bolsa negra, un par de patos sosegados; una chamarra roja, un faro, una reja, la ventanilla de un volkswagen inmóvil. Y las hojas, las frondosas hojas, como telón de fondo.
Como si fuera un proyector de diapositivas, un cúmulo de imágenes transcurre en secuencia: una habla y otra corresponde. Se revelan en conjunto. Presentimos el sonido del obturador de la misma forma que el crujir de los árboles. «Esta área cierra al atardecer» y pronto será de noche. Reconocemos el paisaje gracias a la memoria que nos dice «alguna vez estuviste aquí». Nos miraron, nos siguieron. Apresuramos el paso para encontrar, entre espinas y matorrales, un escondite seguro. Fuimos espectadores de otros cuerpos y nuestras fijaciones salieron a flote. Les miramos, les seguimos. Corrimos tras ellos para no perderles de vista. Todo sucedió al mismo tiempo.
Aún sabiendo que la fotografía miente, en esta exposición asistimos al encuentro para creerle, para escudriñar las ficciones que ha de susurrar entre pastos, arbustos y maleza. El paisaje de Paranoidiaries construye el recuerdo del bosque como entidad omnipresente del mundo. Sin notarlo, varias ciudades son retratadas por el verdor de sus superficies, haciéndolas pasar ante nuestros ojos como una sola.
Ya sea como espectador, testigo, o presunto culpable, Daniela Bojórquez Vértiz nos convierte en partícipes del crimen posible que toda imagen sugiere al ser leída como verdad inamovible. Experimentamos la fotografía como medio al presenciar un acto develado en el espacio, tanto en el representado como aquel que concebimos como real. Una ventana se abre, transcurre el día, y algo pasa, siempre, ahí afuera.